17.9.09

febrero y parque

La mañana es un parque de paso
con palomas en corro y bancos impasibles,
el lugar de la sombra y sus placas de frío,
el tiempo de la urgencia y sus tercos atajos.
Parque urbano, modesto,
que ofrece su hormigón y sus parterres
para que nadie se demore,
que congrega vientos y gabardinas
en su largo transcurso a ningún sitio,
echa en falta la luz,
el calor de la luz,
tal vez un rostro que la acoja y multiplique.
Aguardando tenaz el mediodía,
siente que el tiempo no le ayuda,
que todo llega tarde y sin fragancia:
le abruman las fachadas,
su almenar desdeñoso,
el brillo de mercurio de tantos ventanales
que son un mismo azogue impenetrable.
Ya el parque se lamenta, taciturno,
agrisando sus setos y sus charcos,
hostil con los tres viejos
que conversan sin prisa, sin palabras.
No advierte, arriba, el ápice del sol
en los tejados encendidos,
la blanca medialuna que viene a reanimarle.
Su despecho es un sueño terminal
de sombras que se abrazan bajo un sol agotado
y nubes que desvelan las altas cristaleras.